Desde muy temprana edad (13 años) Muñoz Lora conoció el trabajo del barniz de Pasto, La dedicación y rigurosidad en el oficio le ha permitido a Muñoz Lora sobrepasar los límites de la tradicional actividad artesanal, proponer nuevos usos y una nueva dimensión estética para ampliar los métodos y usos del Barniz de Pasto. Manteniendo las raíces de la técnica, utiliza y crea nuevos métodos de aplicación, color y diseño. Reviste esculturas, ánforas y diversa piezas artísticas con un estilo único e innovador. En ese proceso experimental e investigativo permanentemente, Muñoz Lora descubre opciones y particularidades de la ancestral resina. En sus obras propone y explora dimensiones estéticas nuevas como resultado de la investigación y experimentación. Logra así llevar el esplendor del mopa–mopa desde las piezas artesanales tradicionalmente conocidas hasta los bastidores en tela, esculturas en madera, piezas torneadas y retablos logrando obras de arte, únicas e irrepetibles.
El tallado y el decorado son realizados totalmente a mano lo que implica una elaboración lenta y metódica que puede llegar a durar meses. Entre la madera y la tela marca un nuevo derrotero artístico nunca antes logrado y único en el mundo del arte y la artesanía mundial.
Por otra parte, si para la utilización del barniz hay que partir de la recolección de las gotas de resina que brotan del cogollo del arbusto del mopa–mopa (ELAEGIA PASTOENSIS MORA), Muñoz Lora para no romper con la tradición y la consiente utilización de los recursos naturales, utiliza anilinas nativas con las que tiñe la resina: “el achote para el color de la piel y el añil para el color de las pañoletas de las ñapangas”[1]. (Explicación del proceso anexo cd, carpeta videos: agenda C&M).
En las propias palabras del Maestro recogemos el concepto y el alma de su obra: “la pasión y el orgullo que despertó en mí el conocer el concepto filosófico de la cosmovisión ancestral de los Pastos y Quillacingas, me inspiro a hacer un homenaje a ellos, nuestros hermanos mayores. Respetuosamente tomo prestado de los pueblos del macizo Andino Nariñense, (frontera con el imperio incaico) sus vivencias y objetos llenos de símbolos y de raíces. Así construyo, como en un ritual con mis manos y el mopa-mopa, un escenario llámese retablos, ánforas, esculturas etc. donde invito a personajes a hacer parte de esta puesta en escena de mi imaginario, y recreo en estampas que conjugan toda la riqueza del ancestro cultural de Colombia y América”.
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[1] El Espectador, martes 4 de junio de 1996, pág. 25.